La fotografía no es simplemente una técnica o los elementos involucrados en ella, sino que son operaciones que emparejan y desemparejan lo visible, su significación o manifiesto y su efecto, que crean y/o frustran expectativas. Así llegaríamos a decir que el arte es también dar visibilidad a una intención por medio de la composición y su materialidad. Al contrario de la crónica escrita, la cual, según la complejidad de la reflexión, de las referencias y el vocabulario, se ajusta a un conjunto más amplio o reducido de lectores, una fotografía sólo tiene un lenguaje y está destinada en potencia a todos.
La fotografía como elemento que dota de veracidad un hecho por sus cualidades de reflejo exacto de la realidad nos brinda la oportunidad de utilizarla para alterar la misma realidad. En el caso de la fotografía ha fungido como reflejo de la vida cotidiana del hombre. Las lecturas que se le dan a una imagen en la actualidad están permeadas por la cultura occidental; la perspectiva ha sido apropiada como herramienta interpretativa desde el Renacimiento y nos es inmediato relacionar composiciones con la información establecida de la perspectiva.
Este es un factor fundamental por el que la fotografía se digiere de manera casi inmediata y se archiva en la memoria. La semejanza inmediata con nuestra realidad y cómo mira nuestro ojo está construida a partir de este principio. Las imágenes al contrario de la literatura nos brindan información completa de un momento. “Una imagen es más poderosa que un slogan”.1 Podemos darnos cuenta de que continuamos mirando a la imagen como una promesa de la carne, capaz de disipar el simulacro de la representación y el artificio del arte.
El conjunto de imágenes incesantes (la televisión, el vídeo continuo, las películas) es nuestro entorno, nos hacen sentir en casa, pero a la hora de recordar, la fotografía llega más hondo. En una era de sobrecarga informativa, la fotografía ofrece un modo rápido o fácil de comprender algo y un medio compacto de memorizarlo.